La escoba de una ama de casa

En la Casa de las escobas, Luna siempre se pasaba jugueteando con su hermana, barriéndole los pies para que no se casara. No te vas a casar, le decía una y otra vez sin saber que Rogelia nunca iba a necesitar de un hombre que la sacara adelante. Luna se sintió muy mal el día de su boda, se sentía culpable por haberle barrido los pies a su hermana y por haberse casado antes que ella. Rogelia le decía que no se preocupara que la culpa no era de ella, sin embargo, Luna se enfadó cuando recibió el humilde regalo de Rogelia. Fue tan mal agradecida que Rogelia tomó la escoba que le había regalado y la llevó a su tienda. La Casa de las escobas, fue el negocio familiar, tenía en su destino ser heredado al miembro de la familia que no se casara.  Luna se fue lejos con su esposo luego de la muerte de sus padres y Rogelia se quedó a cargo de la tienda.
Con el pasar de los años Rogelia se convirtió en doña Rogelia, una señora encantadora que vendía las mejores escobas que las personas pudiesen imaginar. Ella siempre decía que las escobas no eran simples escobas, aunque algunas si lo eran. A la tienda iba todo tipo de personas, conserjes, magos, brujas, vendedores de aspiradoras y mujeres casadas. Había una escoba para cada cliente, pero solo una, las escobas de su tienda eran las mejores. Las escobas más vendidas eran para barrer los pies, las muchachas iban a escondidas, como si fuese un pecado no casarse.  La venta más exitosa fue la que doña Rogelia le hizo a una mujer que decía ser la esposa feliz. Así era como la conocían todos, era una mujer sencilla, siempre caminaba con una postura recta, los hombros a nivel, elegante. Doña Rogelia se sorprendió cuando la vio entrar a su tienda.
-Tardó mucho usted en venir por su escoba. –Le dijo con familiaridad.
- ¿Perdone?
- Si, la escoba que usted viene a buscar hoy está esperando por usted desde hace mucho, creo que por aquí la tengo.
- ¿Podré volar con ella?
- Eso depende, las escobas voladoras son muy pretenciosas, necesitan un igual. La escoba hará el trabajo que la bruja esté dispuesta a hacer.
Doña Rogelia hizo entrega de la escoba. Al tocarla, la cliente engarrotó sus dedos y su nariz se hizo curva, pero al abrir la puerta para salir, iba elegante como la esposa feliz que era.
En otra ocasión llegó a la tienda un hombre divorciado que había conservado toda su fortuna. El mismo día un muchacho estaba en la tienda. 
-Una escoba para mi asistenta, por favor. – Dijo el hombre.
-Una escoba para pies. –Dijo el joven.
-Tu no necesitas eso, los hombres podemos andar por ahí con varias mujeres sin casarnos.
- ¿Quién le pidió su opinión? Usted puede barrer su casa, no necesita de una asistenta. ¿Es usted manco?  
Doña Rogelia trajo una escoba, y les dijo que casualmente la escoba que ellos querían era bilingüe. Ellos no entendían nada, pero ella les explicó que la escoba no era para ellos, cuando se ha visto tal ironía, las escobas siempre son para las mujeres.   Y como esta escoba es para la misma mujer, el primero que la use tendrá lo que necesita. La trifulca que se formó fue grandísima, la situación fue tan intensa que doña Rogelia los golpeó y de un escobazo cayeron al suelo.  Más tarde una joven llegó asustada, cuando entró a la tienda encontró a su jefe y a su novio tirados en el piso. No te preocupes, le dijo doña Rogelia. Le entregó la escoba diciéndole que no era muy común ver hombres en su tienda, no es culpa de ellos, de otros tal vez, si el perro es el mejor amigo del hombre, la escoba es la mejor amiga de la mujer y, ya que la escoba era para ella, era ella quien debía decidir cómo usarla.
Entrado el siglo XXI, Doña Rogelia había repartido todas las escobas. No quedaba ninguna en la sección de despedir el año, ninguna en el área de bodas, y las de barrer pies estaban agotadas.  Doña Rogelia, decidió cerrar el negocio de las escobas. Las últimas dos se vendieron el mismo día de la clausura del negocio. La primera se la vendió a un hombre que detestaba las visitas, básicamente se la regaló y le dijo que para que fuese efectiva debía colocarla con las celdas hacia arriba, detrás de la puerta, eso haría que las personas que lo visitasen se fueran. Luego de vender esa, Doña Rogelia, se acercó a la puerta para cerrar por siempre, pero una señora de piel pálida, se lo impidió.
-Regresaste por tu escoba. –Dijo doña Rogelia.
- Si, por la escoba que me regalaste para mi boda, con la que te barría los pies. - Dijo Luna.
- No sabes lo mucho que me alegra verte.
- ¿Me darás la escoba?

Doña Rogelia le dijo que ya no era necesario, las escobas nunca fueron nada, todo eran supersticiones. Nadie hace algo por una escoba, las escobas no son objetos mágicos, no tienen sexo y mucho menos son capaces de evitar un matrimonio. Si doña Rogelia no se casó, fue porque quiso ser libre y terminar de una vez por todas con el negocio de las escobas. Al fin al cabo doña Rogelia sabía más de la vida, de hombres, de mujeres, de problemas, de sexo, de personas, de niños, de viajes, de libros… que de escobas. Las dos hermanas cerraron la puerta, y al final de la tienda, detrás de una puerta abierta, quedó por siempre la última de sus escobas, una escoba que no barrió para nadie. 

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